lunes, 10 de noviembre de 2008

Es curioso observar la evolución de la gente.
Todos sabemos que la vida es cíclica, y que los roles que adquirimos van rotando con el tiempo. Y si no lo sabemos, en cierto momento nos damos cuenta, cuando el macabro juego de la vida nos da la vuelta. Hemos asumido que la vida es así. Las ideas, los ideales, son transitorios. Las pasiones, las convicciones, todo es efímero.

Llamamos madurar a aprender a vivir en la sociedad que nos ha tocado. Aprender comportamientos, actitudes, pensamientos colectivos, aprender a convivir con el cinismo y las contradicciones constantes. Y todo esto sin despeinarnos.

No se va a ningún lado siendo un idealista soñador. Y el que lo pretende es un iluso, que tarde o temprano se dará de bruces contra la realidad. Los realistas, por otra parte, se esconden en la vieja falacia de "el mundo es así. Todo es teatro. No se puede hacer nada. Para sobrevivir, hay que seguir las normas que nos han dado, y desde esas normas, nada se puede cambiar. El mundo es una mierda y lo será siempre."
Y, bajo mi opinión, de todos los roles que nos ofrece la sociedad, ese es el más cómodo y cínico de todos. También es el más generalizado.

Somos máquinas de pensar. Y como todas las máquinas, a veces nos estropeamos y pensamos mal, o demasiado, o lo que no deberíamos. Pero hay máquinas que de no usarlas se atrofian. ¿Dónde está el límite entre lo que se espera de nosotros como seres con capacidad de reflexión y evolución individual y colectiva y la obligación de seguir los caminos que tenemos marcados?
¿Dónde está el límite entre la masa social y cada uno de nosotros como individuo?

¿Dónde está el límite entre los sueños y las fantasías y la vida real? Teniendo en cuenta que nuestros sueños nacen de nuestra realidad, y es la propia sociedad la que nos abastece de todo un abanico de fantasías, desde el cine y la televisión, hasta las anecdóticas pero ejemplarizantes historias de unos pocos elegidos, probablemente falseadas pero convertidas en leyenda, y como tal, en un modelo a seguir
¿Hasta dónde llega nuestra autonomía psicológica?